Esta esperanza yo no la he buscado. Roberto Bolaño
Levántate y anda
Publicado por Llámame Britney en 14:33 Etiquetas: alberto acerete, literatura, pensamientoHace unos años escribí una pequeña historia (fallidamente poética, de una construcción narrativa horripilante). Se titulaba Asesino o tanatología refleja del amor y narraba el intento de suicidio de un joven (y sus razones) al enterarse de que su exnovio, que le jodió la vida, pero al que creía querer aún, había tenido un hijo. Por suerte, aquella historia creía haberla perdido. Digo por suerte porque no me parecía entonces tan desastrosa como me parece hoy. Sin embargo dejo un trozo, sin volver a revisar, para que veáis, si queréis hacerlo, lo profuso que soy y lo que tengo que corregirme siempre.
No sienten el calor y la sangre corriendo como yo los sentí cuando sorbí a D. su dedo astillado y torrentoso de sangre roja, púrpura según la luz, negra sin necesidad de que sombra alguna reafirmase que el sol esa tarde caía a nuestra espalda y removía el mar como si fuese vino, sangre que manchaba mis labios y después su boca y así su miembro y mi pecho y la ropa y el coche, hasta infinito envenenando todo. No sienten con esos guantes, dice, mi vida roja a cataratas, ni me sienten, como un río, desembocarme en cayucos de leucocitos (los menos) y transatlánticos de eritrocitos (flotas enteras) desparramados por sus guantes. ¿Cómo van a hacerlo ahora que me encuentro ante mis progenitores, delante justo de mis padres muertos, y les beso los pies y los lavo con mi saliva, y deseo pedirles perdón por mí, aunque aquí no exista el lenguaje, perdón por mi vida, esa yo que fui suyo, luego nuestro y nunca mío, y perdón por todo el odio que nos demostramos ambos? Estoy dentro de mí, dice, menos yo que nunca. Les lamo los dedos en señal de haber estado equivocado y miro hacia arriba y me abstengo de gritar ¡bendita sea si se trata de la muerte! y observo sus ojos y sus caras, para leer que ellos aún no me quieren ahí, sus ojos sobre todas las cosas, inquiriendo, como ondas que en un río doma una piedra, en el río de mi sangre que fuera de mí no detienen, sus ojos diciendo, los ojos de mis padres, dentro, como me decían en otro tiempo sus dedos sobre mi flequillo, respira, tranquilo, no temas nada más. Y vuelvo entonces, por sus voces, a este ruido que me circunda, que no sé cómo sentir si la anestesia ahoga hasta las puntas calcinadas de mis nervios, y los cirujanos o médicos o asistentes o enfermeras se miran, temblorosos, aunque no note ni vea, ni sepa realmente si son ellos quienes hablan. ¿Cómo escucho si duermo? ¿Cómo me acerco a la muerte? ¿Qué estado clínico es esta conciencia, llegados a este punto? Hablan y dirigen mis palabras, dice, pero no sienten, tampoco ellos notan que mi vida, la muerte ahora mismo, es líquida entre sus dedos y por eso pienso, ahora lo descubro, que pasamos el tiempo revueltos entre dedos ajenos, recogidos, arañados, enredados, manipulados y por tanto muertos. Esos dedos nos asesinan. Sí los míos, sí los vuestros. Los míos, hace unas horas, capaces de recoger en mi boca el agua y las pastillas. Me han ayudado a tragar. Pero ahora mis manos no importan, sino esos dedos ajenos que nos matan, ajenas manos, que nos escurren los huesos y con cariño los despedazan. ¿Dónde estará D.? ¿Cuándo acabaré con esto? Estoy aquí, habitándome en arrepentimiento, escuchando como fuera, en el espacio que ya no soy yo, intentan salvarme la vida. Voces, voces. Se aceleran. Muerte. ¿Dónde? ¿Dónde? ¿Para qué? La sangre les mancha, mancha ya sus cuerpos ( la sangre que es jugo de granada; pepitas opacas, huecas, como nuestros huesos; la sangre que era el jugo, que fue el vino que rebasaba la playa aquel verano, mientras era su sangre la que anegaba mi boca y el sol caía), la sangre, mi sangre, ¡esta vez soy yo!, que mancha la idea de haber bebido nitrosodimetilamina, si lo era acaso, para qué. Los dedos de otros me trajeron aquí. ¿D. dónde? ¿Dónde? Y caigo. ¿Acaso el cuerpo?
Ya veis, en la vida siempre me importa lo mismo, solo una cosa: cómo nos deshacemos o nos dejamos arrastrar de la construcción cultural a la que hemos autodenominado "amor".
Soy un pedante. Soy un pesado.
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- Soy Alberto y soy muy humano, yo quiero a todo el mundo. Como Nati.
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