Leí Véase: amor de David Grossman hace unos meses. La encargué por el título (tan enorme me parece) después de casi haber devorado La vida entera. La portada, cuando me llegó, terminó de ordenarme: lee aquí y ahora. Ayer vi el libro en novedades Debolsillo, en Fnac. Me sorprendió y me produjo alegría que, pese a tener unos años, siguiese distribuyéndose. Por la noche, al llegar a casa pronto (ya no estoy hecho para salir cualquier sábado de fiesta), releí algunos pasajes de los que marqué en su lectura.
Átomos de verdad indivisible. Verdad cristalina y última. Y Bruno la buscaba en todo: en la gente que encontraba, en los fragmentos de conversaciones que el viento le traía a sus oídos, en las coincidencias, en sí mismo; en cada libro que leía, intentaba buscar la frase única, la perla rara, que lleva al escritor a emprender un viaje de cientos de páginas. El mordisco de aquella verdad raramente lo había sentido en su carne. En la mayoría de los libros no se encontraban frases así. En los libros geniales a veces se encontraban dos o tres, que Bruno copiaba en su libreta. Tenía claro que así recogía, con esfuerzo y perseverancia, los fragmentos de una prueba intangible con los que alguna vez podría reconstruir el mosaico original. La verdad. Y cuando, más tarde, volvía a leer aquellas frases, no siempre sabía quién era su autor. A veces pensaba que una frase específica era de él, después se daba cuenta de que estaba equivocado. Eran parecidas todas. No hay en ello nada maravilloso, se decía: todas provienen de la misma fuente.David Grossman. Véase: amor
Léanlo si pueden. Es este uno de esos libros que enseñan, con tanta ternura, lo en serio que a veces nos va la vida.
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