Esta esperanza yo no la he buscado. Roberto Bolaño

El verano: sobre la belleza

1.
El verano está a punto de acabar. Yo estoy en paro. Como estoy en paro, no he querido gastar dinero en billetes de viaje. Como no he querido gastar dinero en viajes, lo he gastado en libros. Como lo he gastado en libros y los he leído después, ha sido como viajar y ser otro y no estar en paro y, por tanto, ser casi capaz de hacer que el tiempo funcione de manera distinta y el verano no acabe.
Los libros que más he disfrutado han sido.
Stone Junction, de Jim Dodge, publicado en Alpha Decay. Demuestra que la palabra puede darnos realidades interminables con solo usarla. Que las cosas, como dijo Ana María Matute, deben ser verdad por el hecho de que alguien las haya inventado. 
En Anagrama me han entusiasmado Todo esto para qué de Lionel Shriver y Nada se opone a la noche. Ambos deconstruyen el funcionamiento de la familia tradicional y, así, el de la sociedad macrocósmica que estos microcosmos generan. La primera, a través de la ficción. La segunda, a través de la biografía novelada.
Pretextos me ha hecho emocionarme y disfrutar el discurso plástico, poético y comedidamente rítmico de Hombre Ángel, de Gunter Geltinguer. Se puede decir, casi, que las virtudes físicas de su autor son completamente inexistentes al lado de su novela. Para hacerse una idea, googleen su nombre.
Por último he descubierto a Zadie Smith. La he descubierto como autora. Debemos celebrar la ambición en los novelistas contemporáneos. Aplaudir su aciertos con fervor y buscar comprender los errores. Desde Libertad de Jonathan Franzen ha sido mi libro favorito.

2.
Aunque a Zadie no la conocía, sí que conocía a Nick Laird, su pareja. Y he aquí un poema suyo que me he permitido traducir. Nick es, para mi gusto, una de las voces poéticas jóvenes más interesantes a nivel mundial. Disculpen el arrojo, sobre todo si me lo he llevado en exceso a mi terreno.


CONTAMINACIÓN LUMÍNICA 
Eres el santo patrón de algún otro sitio,
sufres jet-lag y bebes zumo de manzana,
y observas, desde la ventana de un sexto,
una piscina con forma de riñón,
la forma misma del azul de Hockney. 
Conozco, creo, las vistas a mano izquierda
de la vida, y es como si, hace poco,
hubiese olvidado algo en el transcurso de la noche:
me despierto solo y helado,
ciñéndome a mi costado todavía. 
Cada tarde, la marejada noche irrumpe a raudales
y en la atmósfera se da por sentada
una profundidad de campo; son los satélites,
la luna en su hamaca y los aviones
a los que absorbe Heathrow. 
Por encima de la contaminación lumínica,
entre el naufragio de estrellas que hay esta noche
ha de existir algún otro tráfico:
migraciones de garzas y de grullas
y sus espectrales madejas que confluyen 
en símbolos, flechas, cíclos del agua,
blancas flotillas que resistien, constantes,
hacia su sustento veraniego.
¡Un millón de pliegos que aletean!
¿Quién puede saber cómo han aprendido? 
Las ayudas para navegar podrían ser
el recuerdo y las referencias territoriales.
O las constelaciones que brillen más.
Quizá se deba a que algo de hierro en la sangre
es lo que detecta el norte magnético. 
Ojalá alguien te trajese una señal,
algún post-it o alguna entrada,
algo concreto que documentase
este instante de autocompasión:
Su Soledad Órfica. Con Perro. 
¿Avances? Milagroso, ninguno.
Sin embargo, la ausencia de vida en la casa
aludirá a que tu regreso al hogar
podría parecer, de algún modo, decepcionante.
Y un allanamiento de morada.


3.
Y una canción.
Deseo que alguien me saque a bailar un pasodoble.

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