Esta esperanza yo no la he buscado. Roberto Bolaño

Yo, poeta, os lo digo


Creo que alguna vez he dejado caer autores u obras que me estaban resultando cruciales en la escritura de El hambre y los hijos. El libro, que va creciendo, acercándose poco a poco a lo que yo quiero de él, tiene una segunda parte, titulada Preposición La Madre, que contendrá solo tres poemas: Catacresis, Doxología y Psicomaquia. Para ellos, aunque el último tiene que ser festivo, casi triunfal en su tono y, por tanto, en su exposición, he leído y aprendido, o al menos lo he intentado, de: algunos poemas de Hijos de la ira, de Dámaso Alonso; la reformulación de la sintaxis, acorde a la exposición planteada, que hace César Vallejo en Trilce; y, por último, la poesía completa de Ángela Figuera Aymerich, un poco olvidada, aun siendo la mejor poeta española de su generación (si no de su siglo). Hoy, en lugar de torturaros con mis intentos, os dejo con un poema suyo. Debemos leerla. Hagámosle justicia.

POSGUERRA

Alegraos, hermanos, porque vivos seguimos.
Verticales, calientes sobre la tierra segura
persistente al estruendo y a la dura piqueta.
Aún nos queda la carne y un acero de huesos
nos mantiene flexibles bajo el cielo de siempre
que absorbió indiferente los agónicos gritos.

Alegraos, hermanos, porque es bueno quedarse
como espiga escapada a la hoz y a la muela.
Como res condenada que evadió la cuchilla.

Yo, poeta, os lo digo: Tanta gracia borrada,
tanta hermosa mecánica, tantos arcos triunfales,
tantos techos humildes destruidos a ciegas.
Tantos cráneos hundidos, tantas bocas inmóviles
taponadas de arcilla, no interrumpen la serie
de los días ligeros que nos llevan en andas
porque vimos el caos y quedamos exentos.

Porque estamos enjutos transcurrido el diluvio,
alegrémonos, hijos. En las ruinas y grietas
que dejó el terremoto sembraremos el grano
y veremos crecer el tomillo y la rosa.

Yo, poeta, os lo digo: las corolas son dulces
bajo un sol sin careta de mortíferos gases,
y, olvidado el rugido de los huecos aceros,
un idilio de pájaros y de arroyos os mece.

Cuando el ácido llanto de las madres sin hijo
se ha perdido en el polvo, una edénica savia
hinche en curva golosa las mejillas, los vientres
virginales y tibios que se rinden al hombre
prolongando la estirpe.

Somos, somos, amigos, más allá del desastre.
Continuemos. Hagamos cosas, hijos, sonetos,
sinfonías, retablos
donde Dios Padre oculte la sonrisa indulgente
en las barbas fluviales recamadas de plata.

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He mirado a mi lado. Como sombras caminan.
Adherido a sus piernas, pesa un lodo de siglos.
Hay un resto de sangre que embadurna sus ojos.

Añorando el contorno de las duras culatas
cuelgan lacias sus manos. Y los labios abiertos
a su antigua congoja, desconocen la hartura.

No me escuchan. ¿Qué largas resonancias tremendas
ensordecen sus almas? No me miran. ¿Son alguien?
¿Son los mismos? ¿Son todo lo que hoy día subsiste?
¿Esto queda del hombre tras la furia del hombre?
Y yo sé que no puedo darles nada. Como ellos
soy un resto, una fuga,
una angustia cercada de horizontes difíciles,
un pulmón oprimido por tiránicos puños,
una estancia, vacía de divinas presencias,
cuyos muros gotean de sudor y de llanto.

La venganza callada de millones de muertos.

Ángela Figuera Aymerich. El grito inútil

1 comentarios:

Emily dijo...

Me gusta. Me gusta mucho.

Gracias :)

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Soy Alberto y soy muy humano, yo quiero a todo el mundo. Como Nati.