Otros, más valientes que nosotros mismos, han empezado todo esto. Se nos ha puesto en bandeja; sólo necesitan nuestro apoyo y en eso nos encontramos. Queremos, exigimos, una democracia real, lo que implica por tanto una reformulación del sistema, llevándolo a la transparencia. No somos (y digo somos porque la grandeza de su propuesta radica en que el simple deseo y unión te hace partícipe y miembro) un movimiento antisistema, porque creemos posible la renovación de lo que deberíamos tener, desde dentro. Desde la legalidad y las normas de convivencia que aceptamos. Porque no protestamos y creemos que el error está en la existencia del sistema mismo, y no centramos esta protesta en la queja en sí (cómo si llevan haciendo años los políticos, sea cual sea su ideología, buscando en todo momento el poder, prometiendo la solución pero no aportándola), sino en el cambio y en propuestas reales para ese cambio. Creemos, por tanto, en la democracia. Pero no en esta que tenemos. Es por eso por lo que deberíamos centrarnos en lo democrático, en un cambio hacia una democracia real.
Hemos empezado a ser conscientes de que la política, y con ella nuestra democracia, se han convertido en un componente más del mercado, lo que se traduce en que la política es mercado. Siendo conscientes de eso, hay cosas que deberíamos cuidar. El mercado no es un ente abstracto: el mercado lo hemos ido componiendo entre todos, somos todos nosotros y, como bien estamos dándonos cuenta, lo hemos hecho extremadamente inteligente. El mercado, gracias a unos y a otros -asumamos nuestra parte de culpa-, ha desarrollado estrategias de expansión y difusión y, con ellas, de manipulación. Y, la principal de ellas, ha sido el uso del lenguaje. Nos encontramos en un momento pro-democrático en que deberíamos dejar a un lado, o mirar con cierta perspectiva, nuestras ideologías. Porque, más allá de partidos, escaños y elecciones, debemos exigir el triunfo de la democracia.
El triunfo de la democracia no es el triunfo de una ideología sobre otra. España no es dos, como conviene que creamos. El triunfo de la democracia es la representación legal de cada una de las ideas que en un país puedan converger, de la derecha a la izquierda, siempre cuando no se vuleneren derechos humanos o constitucionales. La existencia de unas ideas debería hacer crecer y replantear otras. Que exista la oposición debería favorecer el desarrollo de las legislaturas: señalar el error y proponer soluciones. Tanto el partido en el poder -el que sea- como los partidos en la oposición -la oposición no se polariza en un partido, sino que es oposición todo aquél que haya sido elegido por los votantes- deberían velar por la mejora del país, por el interés de los ciudadanos, trabajando en conjunto. La divergencia y diversidad de criterios son lógicos y necesarios, pero han de ser resueltos en soluciones. La democracia exige voluntad de servicio al que quiere participar en ella. Y responsabilidad.
La responsabilidad, por otra parte, siempre denota madurez y reflexión y en eso consiste el pensamiento. El mercado (y por tanto la política) nos ha educado (también ha sido y es mercado la educación, por desgracia para nosotros) enseñándonos qué hemos sido y qué somos. Ahora, nos hemos dado cuenta de que estamos muy por encima de lo que creíamos ser. Una de las estrategias del mercado, como he dicho antes, consiste en hacer un uso consciente -y para que haya consciencia deber haber reflexión primero, así que también reflexivo- del lenguje, aunque entre sus fines no esté el bien colectivo. El idioma y sus connotaciones alejan tanto como unen.
Con todo esto me refiero a lo siguiente: ayer estuve en la Plaza del Pilar apoyando la indignación ciudadana. Todos allí proclamábamos la democracia real y así se demostraba: quien quisiese podía subir al escenario y presentar su discurso, su opinón, lo que fuese. Todos tenemos voz y del que hable suponemos una reflexión previa. Hasta aquí, no dudo el proceso democrático y el buen hacer de los ciudadanos como yo. Sin embargo, muchas de las consignas escuchadas (y me enorgullece como ser humano el entusiasmo de muchos) se ven llenas de un vocabulario que, en lugar de favorecer esta unión democrática, aleja a parte de la sociedad (sobre todo parte de la izquierda menos radical y la derecha desencantada que podría adscribirse al movimiento, la parte más de centro -si eso existe-, que si bien nunca iniciarían un movimiento así, podría acercarse y hacerse partícipes). Quizá sería conveniente, como hace el mercado constantemente, detenernos, ahora que todo empieza todavía, a calibrar cómo expresar nuestra reivindicación. Deberíamos ser más inteligentes que el mercado que nos desdemocratiza, y calibrar cada una de las expresiones que emitamos. Quizá, hacer uso de un nuevo lenguaje que no suene a discurso de izquierda (para algunos radical), buscar una terminología que asumir al expresarnos, serían buenas soluciones. Como he dicho, la reflexión es el paso previo a la elección y la elección real es primordial para que exista la democracia, pero para que se dé la reflexión, el pensamiento, es imprescindible el lenguaje y el uso que hagamos de él. ¿Podemos defender un movimiento democrático desde un vocabulario impregnado de referencias ideológicas y políticas determinadas para una gran parte de la sociedad? ¿Sirve de algo hacer frente al mercado, a la política, reivindicando la participación de todos para el bien común de todos, desde un discurso por el que se sientan repelidos parte de los ciudadanos? Creo que el ahora, un momento difícil al que hemos decidido conscientemente enfrentarnos, nos exige un acto de generosidad ante nuestros ideales y centrarnos en la reivindicación de una democracia de todos y para todos, lo que exige, a su vez, una democracia con todos, o en la que todos puedan ser (y sobre todo quieran ser) partícipes.
Dejemos, además, el insulto a un lado, porque acaba siendo el mismo comportamiento que nuestros políticos vienen prodigando. ¿Hay rabia? Sí, porque ahora hay emoción y gente implicada. Pero, de nuevo, podamos con esto a lo que hacemos frentes, que no es nada sin nosotros, y cambiémoslo. Canalicemos esa rabia en propuestas y resultados útiles.
Dejemos, por tanto, de lado nuestros intereses (se pide "vencer el individualismo de este sistema") -lo mismo que les pedimos a los políticos- en favor de los intereses de todos. Pongámonos a distancia de nosotros mismos y evaluemos nuestra expresión antes de emitirla: PENSEMOS.
Para terminar, he de decir que soy consciente, por otro lado, de que el movimiento Democracia Real Ya no aboga por ideologías y partidos sino por la democracia. Que son los individuos a los que se les da voz en las plazas (qué alegría que se haga) lo que hablan -y lo entiendo- desde sus convicciones políticas y sociales. Así que es nuestro, de aquellos que apoyamos la democracia y este movimiento, el deber de hacer a cualquiera que así lo quiera ser partícipe de esto. Seamos todos para el bien de todos, de verdad.
Así que démosle a la democracia que deseamos lo que ella espera de nosotros: responsabilidad (pensamiento e interés común).
2 comentarios:
Quisiera aportar alguna idea en forma de comentario, pero todo lo que pienso respecto al tema está reflejado en esta entrada.
:)
Me ha gustado mucho, expresa perfectamente lo que pienso y siento. Enhorabuena.
@E_Robles1
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